martes, 12 de febrero de 2013

EDITORIAL 9

EDITORIAL



Que se llamara San Blas, y no San Carlos como algunos esperaban, fue una determinación  expresa del visitador general José de Gálvez.
Desde su fundación y hasta principios del siglo XIX, la iglesia de San Blas tenía por patrona a la Virgen Nuestra Señora del Rosario la Marinera, protectora de los navegantes.
Cuando de San Blas no salieron ya más expediciones marítimas, la iglesia de la Contaduría cayó en el descuido y en 1816 se le desplomó el techo.
Ya en 1808 había comenzado la construcción de una modesta iglesia en el San Blas de abajo, que fue terminada 70 años después.
En 1950 comenzó la construcción del templo que lleva el nombre de San Blas Obispo. El culto a San Blas es más antiguo y más s extendido, pero no fue esta la razón de su adopción, sino la afinidad, suponemos, con su nombre natural, tomado del fraile Blas de Mendoza.
San Blas, obispo de Sebaste de Armenia, es un personaje bastante incierto desde el punto de vista histórico –dice el P. Ángel Amo,- pero todavía goza de mucha popularidad por un milagro que se le atribuye y que ha perpetuado la conocida bendición contra el mal de la garganta.
En efecto, se conoce en su pasión que mientras llevaban al santo al martirio, una mujer se abrió paso entre la muchedumbre y colocó a los pies del santo obispo a su hijo que estaba muriendo sofocado por una espina de pescado que se le había atravesado en la garganta. San Blas puso sus manos sobre la cabeza del niño y permaneció en oración. Un instante después el niño estaba completamente sano.
Este episodio lo hizo famoso como taumaturgo en el transcurso de los siglos y sobre todo para la curación de las enfermedades de la garganta.¤

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